22 de març del 2010

Sonrisas.

Estaba medio dormida aún cuando sonó el teléfono.
- ¿Si? - respondí a tientas, con una voz que no era la mía, si no la de un oso que acaba de salir de la cueva después de hibernar.
Y era su voz, mi gran amigo, mi alma gemela. Me llamaba como cada mañana, pero yo llevaba unas dos semanas sin contestarle. Estaba asustada, sus palabras eran verdades y estaba claro que no me sentía preparada para escucharlas.
- Tienes que volver a escribir. - dijo el secamente, sin decir ni un triste hola.
- No puedo.
- Si puedes, tienes que levantarte y escribir.
- Pero no tengo inspiración, ni motivación suficiente...
- Entonces busca, examina, investiga, despierta.
Y colgó. En otra ocasión habría tirado el teléfono y habría seguido estirada en la cama hasta que la espalda me doliese tanto que me obligara a levantarme. Pero esta vez fue diferente.
Me levante y cogiendo algo de ropa me dirigí al cuarto de baño.
Encendí la ducha esperando el agua caliente mientras iba a la cocina y encendía la radio.
El piso tenia una imagen decrépita, era espeluznante. Parecía como si un fantasma viviera allí, yo.
Me duche rápidamente, jamás he tardado mas de quince minutos. Cogí las llaves y salí.
Fuera hacia sol, aunque se notaba que el verano aun estaba por llegar. Me tapaba como podía con mi abrigo gris, ese que llevaba casi un mes colgado detrás de la puerta de casa.
Volvió a sonar el móvil:
- Estoy fuera.
- Lo sé.
- ¿Como lo has hecho...?
- No eres conformista, no ibas a rendirte tan facilmente.
- Ya no sé quien soy.
- Te estas esforzando.
Y me volvió a colgar. Mire hacia el lado derecho y vi un parque, habían niños que jugaban corriendo unos detrás e otros y sonreí.
Sonreí como en todo este tiempo no había hecho. Había salido, estaba allí fuera dispuesta a pelear con el mundo, indefensa, pero dispuesta a combatir.
Me senté en uno de los bancos del parque, el sol daba calor en mis mejillas seguramente enrojecidas por el nerviosismo y la ansiedad.
Entonces abrí el bolso y saque la libreta y el bolígrafo que me habían regalado meses atrás mis amigos por mi cumpleaños. Temblaba. Parecía el fin de el mundo, un abismo abierto delante de mi en el que podía caer en cualquier instante. Y yo miraba desafiante desde arriba.
Mi mano se puso con la punta del bolígrafo encima del primer folio y yo miraba como la tinta iba formando un pequeño redondel al estar apretando en el mismo punto todo el rato. Volví a apartar la mano. Saque el teléfono móvil de mi bolsillo y le llamé:
- Soy incapaz, no se hacerlo.
- Eso no es cierto, has sabido hacerlo desde que naciste.
- No se por donde empezar.
- Empieza por lo que ves, por lo que tienes a tu alrededor, descubrirte de nuevo.
Quise reprocharle algo más pero el ya había colgado.
Y le volví a hacer caso. Describí todo lo que mis ojos veían, los arboles, las flores, los niños correteando, las camisetas de superheroes, las madres que los miraban y regañaban de vez en cuando "no corras tanto que vas a caer" decían. Irónico. Nos dicen eso durante toda nuestra niñez y cuando crecemos tan solo tenemos que pasar días y días corriendo detrás de aquello que de verdad deseamos. Escribí sobre el charco que había junto al columpio, sobre mis manos, mis zapatos, la vulgaridad de mis rodillas y las comisuras de mis labios.
Me levanté y salí corriendo.
Escribí sobre las calles, los callejones y las carreteras. Las miradas difusas de los que caminaban por las aceras camino a sus casas o a donde quieran llevarle sus pies. Sobre la luz tenue que emanaba el sol sobre los cristales de las tiendas de la calle mayor. La señora de la verdulería, el hombre de la pescaderia, ellos, nosotros, yo.
Llegué a casa a las nueve de la noche, extasiada y allí estaba el.
No dijimos nada, tan solo nos abrazamos, como se abrazan dos personas que se conocen de toda la vida aun habiendose conocido en menor tiempo.
Sonrió y se marcho.
- Mañana será otro día. - dijo como despedida.

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Gracias Ivan, es increíble lo que unas palabras de alguien a quien quieres, que quieres de verdad, pueden hacer sobre ti.


Te quiero.