11 de setembre del 2011

A veces no hacen falta las palabras.

Creo que cada gesto que hacemos es tan único como general, miradas, morderse los labios, mover la nariz.... Movimientos que nos definen y a la vez transmiten lo humanos que somos con todos esos tics incontenibles y lo predecibles que podremos llegar a ser con el tiempo.

Como esa pareja que al discutir de nuevo debido a la factura de la luz, discusión en la que el la acusará a ella de todas las maquinas innecesarias que mantiene enchufadas a la corriente y ella lo acusará de tener todo el día el maldito televisor encendido, el cerrará los puños en un acto de rabia y ella arqueará la ceja con toda la ironía que la caracteriza y finalmente el silencio llenara el salón y esa discusión solo será un eco lejano.

Pero lo sabían.

Ella sabía que el cerraría los puños por rabia y él sabía que ella se pondría irónica y arquearía la ceja.

Y sabían todo esto cómo yo sabía que aquel día sería el último que le vería, demasiado amor, demasiada atención y lejanía a la vez, pero sobretodo lo sabía porque él me había acariciado la rodilla.

Dicho de este modo suena a tontería, pero no lo era, ese gesto me había dicho en su escaso tiempo, que él no estaba interesado en mi, que todo aquello había sido un error y que esa sería la última vez que nos abrazaríamos en aquel jardín.

Así que hice lo único que podía hacer en una situación como esa, aprovecharla al máximo.

Un par de horas más tarde, el ya me había dejado y yo caminaba llorando por los callejones que llegaban a casa, era triste verme de aquel modo, cómo si fuera una muerta andante a quien le había abandonado lo que más anhelaba.

Pero, ¿era eso cierto?

Si, había luchado muchísimo por aquella persona, por todos los momentos vividos y había perdido cosas para no perderle a el en su lugar, pero, ¿era él lo que más anhelaba de verdad?

Recordé entonces una tarde de verano en la que habíamos salido a tomar algo, nada especial, tan solo un par de copas de helado sentados en una terraza cualquiera, pero fue entonces cuando vi aquella mirada (otra vez estos gestos que nos delatan), la mirada de quien se ha cansado de ver la misma cara todos los días de su vida.

- ¿Eres feliz? - me atreví a preguntarle.

- Ya estas con tus preguntas raras... - como siempre él intentaba esquivar esas preguntas.

- Responde.

- Estoy normal, ni feliz ni infeliz, podría tener un millón en el banco, una casa enorme y no tener que trabajar nunca más y quizás sería más feliz, pero yo que se... - deje de escucharle, lo que decía ya había respondido a mi pregunta.

Porque todo el mundo que ama sabe de corazón que lo que más anhelamos es ser correspondidos, amados de igual modo o simplemente anhelamos sinceridad desde el corazón.

Así que mientras llegaba a casa con la cara empapada de lágrimas me dí cuenta, que volvería a querer con más fuerza de nuevo, eso sí, esta vez atendiendo a todos los gestos y siendo sincera con sus significados.


1 comentari:

  1. Supongo que es de esto de lo que hablaremos en un futuro no muy lejano... ¿Verdad?
    ¡Te quiero Tam!

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